Eduardo
Flores Castro
Catedrático
de la Universidad de Panamá
La mayoría del agua de nuestro
planeta es salada, al punto que sólo un 2,50 % es agua dulce. Además,
casi toda esta agua dulce está atrapada en enormes acuíferos subterráneos o en
los hielos polares. Por lo que debemos tener presente que el agua de
nuestros lagos y ríos representa únicamente el 0,01 % del agua de la Tierra.
Se estima que el 70 % del agua que
utilizamos se destina a la agricultura, el 20 % a la industria y solamente el
10 % se destina para el consumo doméstico. La Organización Mundial de la
Salud considera que la cantidad adecuada de agua para que una persona cubra sus
necesidades básicas es de 50 L/día. Pero si consideramos los alimentos y
productos industriales que una persona consume, la cantidad de agua por
habitante por día aumenta dramáticamente.
Para que tengamos una idea del agua
que se requiere para fabricar o cultivar algunos artículos que utilizamos a
diario, veamos la siguiente lista: una hoja de papel requiere 10 L de agua; una
manzana 70 L de agua; una taza de café requiere 270 L de agua; un plato de
papas fritas necesita 500 L de agua; una hamburguesa requiere 2 500 L de agua;
un pollo necesita 2 700 L de agua; hacer un blue jeans necesita 11 000 L
de agua y para producir un automóvil se requieren 148 000 L de agua.
Mientras la población en el último
siglo se ha triplicado, el consumo de agua por persona se ha multiplicado por
seis. En la Tierra habitan actualmente 7 000 millones de personas, de las
cuales, cerca del 40 % de la población (80 países) tienen problemas de acceso
al agua. Dentro de estas poblaciones con problemas de requerimiento de
agua, 700 millones viven por debajo del umbral de agua para un desarrollo
saludable.
Algunos acuíferos subterráneos que
suministran agua a países desarrollados están contaminados por los pesticidas
usados en la agricultura, por los productos químicos empleados por las industrias
y por las filtraciones procedentes de los vertederos de desechos.
Las descargas de agua
contaminada, constituyen hoy la causa principal de las malas condiciones
en que se encuentran muchos ríos y es la fuente de transmisión de enfermedades como
el dengue, el cólera, la diarrea y la hepatitis. En términos generales,
el agua no apta para el consumo causa el 80 % de las enfermedades en el mundo y
provoca más de 3 millones de muertes; de los cuales el 90 % tienen menos
de 14 años.
El acaparamiento del agua se da
cuando sectores poderosos asumen el control de las cuencas de agua para su
propio beneficio, privando de este recurso a las comunidades locales.
Esta apropiación convierte al agua en un recurso abierto cuyo acceso debe
negociarse y suele basarse en la capacidad de pago. El acaparamiento del
agua también se da cuando se utiliza para cubrir las necesidades de los grandes
monocultivos de producción industrial, cuando se embalsa para las grandes
hidroeléctricas sin la determinación científica del caudal ecológico, y cuando
las corporaciones se apropian de este recurso para la producción de agua
embotellada. Para que tengamos una idea del gran negocio en que se ha
convertido la venta de agua embotellada, podemos señalar que del año 1970 al
2013, la venta de este líquido embazado se ha multiplicado por 200. Lo
que representa un negocio de 49 000 millones de dólares al año.
En la actualidad, 25 países de
Oriente Medio y del norte de África se encuentran en conflicto debido a la
escasez crónica del vital líquido. En vista que naciones ubicadas en las
partes altas de los ríos desvían el agua para proyectos de regadío, y que los
países que están río abajo ven disminuido el volumen de agua que les llega, se
producen conflictos entre las naciones. También aparecen antagonismos
cuando un país aguas arriba, descarga elementos contaminantes en el río,
perjudicando las aguas más abajo. Las necesidades creciente de agua de
más de 7 000 millones de personas, sumado a la deforestación y al cambio climático,
provoca que el caudal de los ríos disminuya. En vista de esto, nos
atrevemos a señalar que el requerimiento de agua potable es la mayor amenaza
para la paz mundial que enfrenta la humanidad en este siglo. Por
consiguiente, la preservación de las fuentes de agua y su uso racional es un
deber de todos los que habitan este planeta.
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